EL AMOR INCONDICIONAL DE ADOLFO “EL TREN” VALENCIA POR INDEPENDIENTE SANTA FE
Cuando Adolfo José Valencia llegó a Bogotá para jugar en Santa Fe, desde su natal Buenaventura, todavía no le decían El Tren. En ese entonces lo llamaban Adolfo, a secas.
Con el tiempo, al vallecaucano, que se empezó a destacar por su físico, sus goles y su gran velocidad, la afición santafereña lo reconocería con el apodo que lo hizo mundialmente famoso.
“Santa Fe es el equipo de mi alma, de mi corazón, de mis amores”, reconoce El Tren Valencia. Para él, los leones fueron la institución más importante de su carrera porque: “le dieron la oportunidad a un joven apasionado que venía desde Buenaventura, con ganas de comerse el mundo, de cumplir su sueño y por eso yo estoy muy agradecido”.
“Cuando llegué a Bogotá pasé mucho trabajo”. En ese entonces, Valencia, que vivía en un pequeño apartamento sobre la Avenida Caracas, todos los días pasaba largas jornadas montado en buses y flotas para poder llegar al Parque La Florida, en la Localidad de Engativá, que era el lugar donde los cardenales hacían sus entrenamientos.
“Era una travesía tremenda. Tocaba recorrer la ciudad de polo a polo, pero uno lo hacía porque le gustaba y era su sueño”, recuerda El Tren.
“Ahora — dice el exfutbolista, que jugó en clubes históricos como Bayern Múnich en Alemania — los jóvenes piensan que todo llega fácil. Se olvidan de que el fútbol es un proceso y de que toca levantarse temprano todos los días a entrenar, a esforzarse y a trabajar duro para llegar lejos”.
En esos primeros meses, en los que la que no había para la comida, ni para los guayos, El Tren, y otros compañeros suyos como Fredy Rincón, trabajaron en la Ferretería de Rafael Pachón, hermano de Efraín Pachón, que fue presidente de los leones entre 1985 y 1990.
No eran jornadas sencillas, eran muy físicas. Le tocaba descargar todos los materiales que llegaban a la tienda y repetir la rutina una y otra vez. Al otro día, de nuevo, se levantaba a entrenar y en la tarde se iba otra vez a trabajar para poder tener algo con que comer.
“Don Rafael y don Efraín fueron muy buenos conmigo. A veces iban a Brasil y traían unos guayos marca Topper, y me los regalaban para que pudiera seguir jugando, porque no tenía dinero para vivir en Bogotá”.
De ahí, El Tren le cogió un cariño especial a Santa Fe, un amor casi filial hacia una institución que le permitió ser profesional y jugar al fútbol. “Para mí todos en Santa Fe fueron como unos padres. También, por ejemplo, Alfonso Sepúlveda, que cuando uno iba a su fábrica, él le daba a uno ropa, comida, medias y, mejor dicho, de todo”, recuerda Valencia mientras se emociona y dice que se siente mitad valluno y mitad rolo por el cariño que le dieron en el equipo.